jueves, 21 de enero de 2010

El Maestro de Las Castañetas. Capítulo 5º

Capítulo 5. Evolución y desarraigo de la fiesta.

En los últimos años hemos asistido a un fenómeno que, de seguir, dejará huella en lo que ha de ser la fiesta de verdiales en el futuro: la mayoría de los fiesteros han cambiado su residencia y han dejado las zonas rurales buscando la proximidad a la gran urbe, Málaga, con la esperanza de conseguir una vida más acomodada que la ofrecida por el medio en el cual nacieron y se hicieron hombres. Así, Mangas Verdes, Puerto de la Torre, Campanillas, se han convertido en el actual centro de actividad verdialera. Aquí han nacido algunos de los más jóvenes fiesteros a los que, afortunadamente, el cambio de residencia de sus mayores no les ha propiciado el olvido del legado festivo.

Este trasiego ha de resultar transcendental para la fiesta de verdiales si tenemos en cuenta que, hasta fechas recientes, esta se ha definido como fenómeno eminentemente rural, enraizado en el paisaje, personas y costumbres campesinas. Cuando por cualquier motivo, siempre en forma esporádica, la fiesta bajaba al medio urbano desde su telúrico refugio, era incomprendida y en ocasiones, más de las deseables, sus intérpretes sufrieron las burlas y el desprecio de los pueblerinos que, por ignorantes, no sabían comprender la autenticidad y grandeza de la fiesta ejecutada por aquellos a los que despectivamente llamaban “catetos del campo”. En Málaga, Álora y Casabermeja, por citar sólo algunos lugares donde esto ocurría, no faltarán personas para corroborar que lo que afirmo no es gratuito.

El poblador de las zonas verdialeras, desde los Lagares de Álora a Comares, ha soportado una vida difícil motivada por la pobreza del terreno y la dificultad para cultivarlo. Lo mísero de lo cotidiano hacía que el habitante de estos pagos se volcase con todas sus ansias en la fiesta, que vivía con intensidad y amoroso deleite. No se puede dejar pasar una ocasión de diversión cuando sabemos que al día siguiente, de forma inexorable, la vida nos pondrá de nuevo en el lugar que nos ha asignado.

Inevitablemente, la exclusividad que la zona rural tenía en el cultivo de los verdiales es un dato para la historia. ¿Para bien, para mal? Nadie por ahora puede dar respuesta a semejante cuestión. Si la fiesta, en base a ese refugio campesino que la preservaba de toda extemporánea influencia, ha conservado su pureza durante siglos, compete a los intérpretes y allegados mantener viva esta característica luchando contra los elementos que, amparados en el cambio de paisaje y circunstancias, pretendan adulterar el secular legado que, a veces por única herencia, recibió de sus mayores. Personalmente tengo motivos para ser optimista. Conozco pandas juveniles cuyos componentes sólo conocen el campo de pasada, [que] se están haciendo hombres en lugares alejados de aquellos otros que vieron crecer a sus padres y sin embargo interpretan la fiesta con la mayor fidelidad de lo aprendido de sus progenitores y se muestran receptivos ante cualquier iniciativa que contribuya a remarcar su autenticidad.

Pero, sin por ello olvidar el optimismo del que antes hablaba, me preocupa el observar la pérdida de identidad que se produce en algunos de aquellos que, ya mayores, abandonaron la tierra de sus antepasados. Hay buenos intérpretes que con el cambio de residencia han olvidado la fiesta y propician que sus descendientes apenas la conozcan. Otros, aficionados de siempre, impenitentes seguidores de la fiesta, se han dejado llevar por medios de diversión más acomodados a sus nuevas formas de vida. Todo ello produce un penoso desarraigo del que la mayoría de los casos ni los propios protagonistas son conscientes.

No quisiera terminar este apartado sin hacer cariñosa mención de los fiesteros que viven en el campo y que aún a costa de grandes sacrificios se resisten a abandonar la fiesta y cuando son requeridos por sus compañeros, habitantes ya del medio urbano, no dudan en desplazarse, en precarias condiciones la mayoría de las veces, para reunirse con los que un día fueron sus vecinos y, juntos seguir rindiendo homenaje a la memoria de sus antepasados
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(Salvador Pendón Muñoz. Ardales, Málaga. 1997)

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Un vídeo de 1971, de la serie de televisión "Rito y Geografía del Cante, con la Panda de Povea, con un comentario escrito en YouTube por un conbribuyente anónimo, supongo que descendiente de los Calderones.

"Cada vez que veo este video, no puedo evitar el emocionarme, estos fiesteros son: el maestro Povea, lo conocen todos, el guitarrero de camisa blanca es, mi tio Paco Salas, la otra guitarra y cantaor, Luis Gamez, detras con platillos; mi tio Andres Calderón, pandero el Rubio las Casillas, el otro platillero es uno de los Mayo, luego el que aparece detras de Povea con un sombrerillo, es mi tio Antonio Calderón, "castelar", numero uno en baile de bandera en su época".

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