viernes, 26 de febrero de 2010

¡Adiós Madrid! ¡Adiós, Cádiz y Jerez!

Hoy estoy un poco triste, porque se termina el Festival de CajaMadrid y empieza el Festival de Jerez, y yo... este año, no puedo acudir a mi cita anual con los conciertos acústicos del Palacio de Villavicencio, los espectáculos flamencos -y las tertulias- del Teatro Villamarta, las mañanas de estudio en el Centro Andaluz del Flamenco, el aperitivo en las Tertulias de la Bodega, ni recorrer la sombreada y amada Calle Porvera.

Pero lo que más lamento es faltar al reencuentro con los amigos que sólo puedo ver en Jerez: Ana María y las chicas del CAF, Rosalía dirigiendo con mano experta las tertulias de la Bodega, Isamay, la sordita de Údine, la Chocolatera de Gijón, amigos de Jerez y Arcos, que viviendo también en Madrid, sin embargo los frecuento en Jerez, los periodistas y tertulianos de la Bodega, el trío de amigas de Santander, y... Cádiz. ¡Ay, mi Cádiz!

José María Velázquez-Gaztelu habla de esto, de la Pasión en Jerez, en El Cultural de hoy (26/2/2010)
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Pero bueno, me consuelo con lo que he disfrutado en esta recta final del Festival de CajaMadrid con las actividades paralelas en la Casa Encendida.

Allí me he reencontrado con el amigo Pepe Romero "El Jerezano" con el que lo paso muy bien... discutiendo -a voces y todo el tiempo- de flamenco; pero sobre todo porque he asistido a dos magníficas mesas redondas que me han descubierto aspectos desconocidos del arte flamenco que desconocía.

De la primera, dedicada al luthier almeriense Gerundino Fernández, ya he hablado aquí, y del conmovedor diálogo que Manolo Franco mantuvo con una de sus guitarras.

La otra mesa redonda, dedicada a la memoria y centenario de Rafael Romero, y conducida con agilidad, eficacia y sabiduría por José María Velázquez, contó con el profundo conocimiento que Perico el del Lunar, y Paco "El Pecas" -paisano y amigo de Rafael- tenían del personaje, que logró hacer mucho más grande a mis ojos... de aficionada pasional y novata, el cante y el perfil humano del gitano de Andújar.
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Pero lo que de verdad me anima a creer que no todo está perdido para el cante flamenco que todavía puede conmover, fue la sesión de cabales del pasado martes en la Sala el Juglar: Mari Peña, con la guitarra de Antonio Moya y las palmas, amigas y prestadas, de uno de los Pelaos y de Gabriel Pies de Plomo o de la Tomasa, que no sé cómo se hace llamar ahora.

Esa cantaora levantó los brazos, abrió la boca y fue darse de bruces con todo el cante de Utrera: una Pinini pura, haciendo los tientos de Gaspar, las cantiñas de su familia, todas las soleares que puedan existir, las bulerías cadenciosas y lentas de esa tierra, y... esos fandangos por soleá que sólo las mujeres de Utrera pueden entonar y que destrozan todas las resistencias de La Porverita.

No hizo la letrita que Paqui Ríos me adivinó en Málaga, pero salí de El Juglar agradecida y esperanzada con la vida.

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